domingo, 28 de julio de 2013

Al final de la cordura

A puerta cerrada y pierna suelta. Así morí.
Y guardé como estado de ánimo perpetuo el instante en que, tumbado bajo la sombra de un árbol centenario, un rayo de luz furtivo se colaba entre la frondosidad de las hojas y jugaba a deslumbrarme.
Imploré un perdón que, de haber llegado, se habría adherido a mi piel como el aroma fresco del naranjo joven. Simple perdón por haberte descrito sin la precisión que merecías y haberte amado sin descanso. Incluso cuando no era el momento.
Y el ruido de mi estancia eterna no fue otro que el trino amortiguado de los pájaros. Por la lejanía y el bailar de las hojas, dos metros sobre mi cuerpo, dibujando ámbar en mi piel y mi ropa, llegando al álgido punto de la temperatura ambiente. Perfecta.
Todo parecía ir a cámara lenta.
Todo se adivinaba borroso tras mis párpados, ahora traslúcidos, cuando cerraba los ojos e inspiraba hondo. Sin pretensiones ni esperanzas. Pero tampoco desazón.
A pesar de que no necesitaba noches ni días, de que el pasar de las horas me era indiferente, la luna asomaba siempre en el mismo instante, trazando su ciclo en el cielo, y el sol la reemplazaba al amanecer. 
Y yo, simplemente, permanecía. Para qué más.

Pero un buen día irrumpiste en mi muerte. Rompiste mi serenidad. E intenté llamarte. Acercarme a ti. Acariciarte. No llegaste a inmutarte ante uno solo de mis gritos desesperados.
Observé cómo paseabas, cómo pasabas de largo, siguiendo un camino que me era ajeno e imposible, y lloré de un dolor que no me había invadido hasta entonces. Ni siquiera en el momento en que entendí que me esfumaba.

Advertí con tu caminar que tu presencia allí era efímera como la luz de un faro que da un último barrido antes de que se funda la enorme bombilla. Por eso mis lágrimas corrieron raudas a estamparse en el suelo que hasta ahora me había acunado. Por eso mi voz se desgarró en mil pedazos y no consiguió romper la barrera invisible que nos separaba.

Porque si estabas allí, de paso, era porque te dirigías a tu propio lugar. Porque ya no había borde afilado que te fuera a hacer sangrar.

2 comentarios:

  1. Tienes una manera de escribir que me parece tan original que da gusto leerte. Te lo digo en serio.
    El final ha sido precioso. Y déjame decirte que mientras leía el único pensamiento que tenía era: ojalá escribiera un libro. O más escenas. O, simplemente, escribieras más (siempre de más, nunca menos).
    Muchos besos,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, qué cosas me dices :)
      Muchas gracias bonita, los ánimos nunca vienen mal. Ten por seguro que, con más o menos frecuencia, no dejaré de escribir nunca. un besazo

      Eliminar