Sabemos que las bellas aguas turquesas de algunas orillas son solo un preludio a la profundidad y a la inmensidad que se extiende ante nosotros, esperando abrazarnos.
Y una vez nos recibe entre sus extremidades, porque es así como abraza, con todo su ser y todo su cuerpo, su peso nos aplasta y su magnificencia nos ahoga.
El miedo y la tensión pueden con nosotros, nos hacen dejar de razonar, de pensar, de respirar correctamente, y en un afán desesperado por mantenernos a flote, la hiperventilación se hace de nuestro organismo.
El agua entra en nuestros pulmones.
Y perdemos la consciencia.
Y ya simplemente, como un yunque de hierro, nos dejamos- sin quererlo y sin saberlo- hundir hasta lo más hondo. A lo más bello y lleno de vida; o a lo más vasto y yermo. Hasta tocar el fondo del mar (o del amor, ya nadie lo sabe).
Inspirado por
"Sabemos del amor"- Sara Bueno.
Gracias.
Muy cierto, las sensación es tan idéntica cuando lo leo en tus palabras que no sé porque no lo pensé antes. Y el blog del que te inspiraste, me ha encantado tanto como la entrada.
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