miércoles, 26 de junio de 2013

Tratado de despérdida

"Los abajo firmantes se comprometen de forma ineludible a respetar al otro, y por tanto, a ser respetados.


A guardar las distancias necesarias.
Asegurar las cortas y procurar desviar las largas.


A prohibir más de un encuentro pasional al mes.
Pasional no significa necesariamente carnal.


A esconder los días claros de las conveniencias y los oscuros de las canciones tristes.



A permitir que crujan las espaldas y los nudillos pero no que rueden las cabezas.
Y si ruedan, que no sangren ni ensucien en demasía, porque limpiar da mucha pereza y los ideales rotos tienen filos muy cortantes.


Los abajo firmantes, en una reiteración de su naturaleza, que se apaciguará sin someterse a la del otro, confirman que se quieren separar, pero no pueden, porque el magnetismo de la vida es así de caprichoso.



Firmado:



El Amor                                                                                                                             La Amistad"



...


Rezaba así un acuerdo en los albores de la humanidad que no llegó a firmarse jamás porque después de todo, la vida es igual que su magnetismo: así de caprichosa.

domingo, 23 de junio de 2013

Hombre viejo, arrugado, que cargas a tus espaldas el peso inclemente de toda una vida.
Cotidiana y monótona, sin ningún hecho reseñable en un libro de historia, un best seller, una biografía llena de florituras, o un bestiario. 
Pero no por eso menos extraordinaria.
Antes de que las Moiras se encaprichen con tu hilo y decidan cortarlo, te queda tiempo de unos cuantos amaneceres de otoño, un par de despertares de domingo al olor del café y la voz de tu anciana mujer, alguna siesta en la sobremesa, y el final de tu libro favorito al calor de la lumbre de tu hogar. 
Hombre viejo, que has amado y has sido amado, tu fin no llega con tu muerte, sino con el fin de tu estirpe y el desvanecimiento de los recuerdos de tus allegados.
Hombre viejo, amigo, marido, padre y abuelo.
Tu fin no llega contigo.

miércoles, 19 de junio de 2013

Sevillana

Se quedó la noche coqueta, engalanada,
repleta de estrellas y con un dulce olor a naranja.

Se quedó la noche sevillana prendada de un caminar bamboleante; 
de una bicicleta demasiado rápida que levantaba una falda;
de una luz que no era la de su Giralda,
que era de unos ojos castaños apenas rodeados de cortas pestañas.

Se quedó Sevilla muda en tu silencio, 
ahogada en tus palabras.
Desnuda de carencias,
vestida de caladas a un cigarro ajeno
que revolvía sus entrañas.

Noche de primavera 
a altas horas de la madrugada.
Cerrada, intempestiva, 
sola, desganada.

Se quedó la noche coqueta, engalanada, 
triste y enferma porque tú no llegabas.



Prometí a un amigo dedicarle
lo primero que escribiera
que supiera que le podía gustar.
Pues para ti, Pepo, que ya era hora.



martes, 18 de junio de 2013

El fondo del mar, o del amor.

Del mar conocemos lo que a veces olvidamos del amor.

Sabemos que las bellas aguas turquesas de algunas orillas son solo un preludio a la profundidad y a la inmensidad que se extiende ante nosotros, esperando abrazarnos.
Y una vez nos recibe entre sus extremidades, porque es así como abraza, con todo su ser y todo su cuerpo, su peso nos aplasta y su magnificencia nos ahoga.

El miedo y la tensión pueden con nosotros, nos hacen dejar de razonar, de pensar, de respirar correctamente, y en un afán desesperado por mantenernos a flote, la hiperventilación se hace de nuestro organismo.

El agua entra en nuestros pulmones.

Y perdemos la consciencia. 

Y ya simplemente, como un yunque de hierro, nos dejamos- sin quererlo y sin saberlo- hundir hasta lo más hondo. A lo más  bello y lleno de vida; o a lo más vasto y yermo. Hasta tocar el fondo del mar (o del amor, ya nadie lo sabe). 



Inspirado por 
"Sabemos del amor"- Sara Bueno.
Gracias.

miércoles, 12 de junio de 2013

Porque se calló el abanico.

No soy de frases célebres, soy de celebrar con frases.

Y es que:

hay cierta belleza, tan única y personal, que no es demostrable con acto alguno; son las palabras las que dan amparo a su reflejo quebrado en un ámbito público

que, sin embargo, concede una privacidad incluso inalcanzable en ciertos momentos íntimos. Es posible hacer que solo media persona entienda lo que se dice. Y que a vista desacostumbrada un trasfondo escalofriante se quede en mera belleza incomprensible.

Se consigue con el subjetivo significado de un significante. Y valga la redundancia, porque bien vale.

Con pausas que los ojos de lector, ajeno a la situación, interpretan como artificios artísticos que desafían a la gramática.

Pero en realidad simbolizan el asesinato con premeditación, alevosía y ensañamiento de un mosquito.
O el vaivén de un abanico.
O una complicidad instantánea invadida por un espectador indiscreto.
O una mirada desesperada al reloj.

Una belleza que se queda en un final abierto porque se terminó la inspiración, porque es mejor dejar con intriga, o...

martes, 11 de junio de 2013

The wind has blown, but now I know.

Que hoy haya escuchado cinco veces la misma banda sonora no significa que sea una lunática.
Es que intento estudiar y que la poca cordura no se quede entre hoja y hoja del manual.

Estas canciones no me recuerdan a nada.
Ni a ti, ni a mí.
Me cuentan una historia que no me pertenece. Quizá por eso me gusta tanto.

...

Hablan de un viento que sopló
con la promesa en su cántico
de que mañana será mejor.

Hablan de gaitas apagadas
allá en el norte.
En lo alto de Arthur's Seat.

¿Cómo puede ser mejor un día en que las gaitas no resuellan?

Hablan de lluvia.
Dentro.
En el corazón.
Fuera.
En Princess Street. 

...

Espérame, entonces.
Creo que si hablan de los dos.
Creo que cuentan de soslayo 
la historia de nuestros puntos suspensivos.

.
      .
            .

Rodaron los tres por la escalera de mi portal, dicen.

Uno se convirtió en el beso que me dio la razón.

Otro en una despedida mordaz.

Y el tercero y último sigue escondido en el armario de los contadores (ya sabes, donde todo se esconde).

Se niega a salir de su nuevo hogar.

Se niega a la concepción de un día mejor sin el sonido de las gaitas.

¿Cómo puede ser mejor un día en que las gaitas no resuellan?

Se niega, el tercer punto, a ser aparte. A separarte. A separarnos.

Sí, mañana será un día más amable.



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      .
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sábado, 8 de junio de 2013

La constante viral.

Eres una de esas películas seleccionada como favorita.
La mejor canción de una banda sonora imposible de dejar de escuchar.
El olor a la casa del pueblo en primavera.
Eres tan fresco como la luz de Edimburgo una una tarde de verano a las seis. Como todo el ambiente que envuelve el cotidiano momento en que sales de casa después de la temprana cena. 
Eres la magia de el himno de los Lannister sonando mientras, en lugar de rememorar La Boda Roja, te dejas envolver por esa luz.
Por la humedad inherente.
Por la temperatura perfecta.
Por el color verde.
Y el olor a tierra mojada.

Eres la compañía perfecta en un paseo mudo por el camino secreto que bordea el río. En un día de lluvia, bajo un diluvio.
Cuando la piedra está resbaladiza y el horizonte inhabitado.

Eres, a la par, lo más dulce y lo más amargo de este momento de la noche y, por ende, de todos los instantes de añoranza predecesores y venideros.

Eres el replay en Spotify. Eres mi constante (mi constante viral, que no vital). 



"Maravillosa era la manera que tenía de ver las cosas"

Observé cómo sus dedos jugueteaban entre las bolsitas de cuero buscando alguna especia para sazonar las ratas.

Su piel morena y curtida, repleta de estrías, cayos y cicatrices refulgía al amparo de las llamas de la hoguera. Lejos de parecerme imperfecciones, solo podía ver un mapa de su historia, toda su personalidad exteriorizada en un lenguaje carente de movimientos y sonidos.

No usaba nunca menos de cuatro anillos en cada mano, todos de una plata algo áspera, carente de todo su brillo potencial, y muchos de ellos tenían piedras semi preciosas engarzadas. Al principal, el más grande y que siempre llevaba en el dedo corazón de la mano derecha, le faltaba una de las turquesas, la superior. Por lo visto la había perdido en el antiguo Nepal durante una exploración.

Apenas estaba vestida con ellos y con media decena de colgantes, también de plata y con piedras, de diferentes longitudes. Tintineaban cuando se movía rápido. Sólo se los quitaba para cazar y asearse.

Alzó la mirada y me sonrió, lasciva. Le gustaba nuestra desnudez. Era lo más natural que quedaba tras todo el desastre, y se empeñaba en que era necesaria en ciertas ocasiones, para comenzar una profunda reconciliación con la Tierra. A veces me hacía pensar que esa reconciliación pasaba por el sexo. Yo, desde luego, no ponía pegas. De hecho me parecía maravilloso.

Maravillosa era la manera que tenía de ver las cosas. 

No todo el mundo es capaz de conservar la cordura en una situación post apocalíptica, tras la destrucción de toda la verdad tal como la conocía.

Quizá ella no la conservara en realidad, y aún así poseía la mentalidad más pura y racional que jamás había conocido. Es probable que en otra situación no me hubiese fijado en ella. Pero lo había hecho. O ella en mí, no estoy seguro de quién había encontrado a quién. 

Y estaba seguro, más que nunca, observándola a la anaranjada luz del fuego, que era tremendamente afortunado de que nuestros pies se hubieran enredado.

martes, 4 de junio de 2013

La Límpida.

No estaba segura de mis sentimientos mientras tu mano descendía desde mi espalda hasta mi cintura.
Ni mientras me arrimabas a ti suave pero decididamente.
Me atrevería a decir que no estaba segura de mis sentimientos mientras me mirabas suplicante, con el ceño fruncido, esperando una señal de permisión, de deseo, de reciprocidad. Una señal, al fin y al cabo, que te diera vía libre.
Te aseguro que no sabía cómo me sentía cuando, ante la carencia de señal, arrancaste el permiso de mis entrañas y me besaste, dejando rastro de mi displicencia en tus manos.
¡Joder!, pensé cuando paraste que se me iba a caer el mundo entero encima porque no sabía qué hacer contigo.
Pero me abrazaste una vez más y te alejaste de mí con la cabeza gacha, tomándote un respiro, esperando que no te cruzara la cara, supongo.
Y una vez más fue mi falta de reacción lo que te hizo actuar. Alzaste levemente la frente, mirándome serio, interrogante, de refilón. 
Pero definitivamente nuestros ojos se encontraron, porque yo no podía dejar de mirarte. Contemplé mi reflejo en luna creciente. Y después fui más allá: profané los barrancos de tus iris, buceé entre las aguas de tu cristalino, y allí, cuando me paré a descansar en la límpida isla de tu pupila, no me hizo falta cavar para encontrar el mayor tesoro que todo ser humano puede ansiar poseer.