martes, 4 de junio de 2013

La Límpida.

No estaba segura de mis sentimientos mientras tu mano descendía desde mi espalda hasta mi cintura.
Ni mientras me arrimabas a ti suave pero decididamente.
Me atrevería a decir que no estaba segura de mis sentimientos mientras me mirabas suplicante, con el ceño fruncido, esperando una señal de permisión, de deseo, de reciprocidad. Una señal, al fin y al cabo, que te diera vía libre.
Te aseguro que no sabía cómo me sentía cuando, ante la carencia de señal, arrancaste el permiso de mis entrañas y me besaste, dejando rastro de mi displicencia en tus manos.
¡Joder!, pensé cuando paraste que se me iba a caer el mundo entero encima porque no sabía qué hacer contigo.
Pero me abrazaste una vez más y te alejaste de mí con la cabeza gacha, tomándote un respiro, esperando que no te cruzara la cara, supongo.
Y una vez más fue mi falta de reacción lo que te hizo actuar. Alzaste levemente la frente, mirándome serio, interrogante, de refilón. 
Pero definitivamente nuestros ojos se encontraron, porque yo no podía dejar de mirarte. Contemplé mi reflejo en luna creciente. Y después fui más allá: profané los barrancos de tus iris, buceé entre las aguas de tu cristalino, y allí, cuando me paré a descansar en la límpida isla de tu pupila, no me hizo falta cavar para encontrar el mayor tesoro que todo ser humano puede ansiar poseer. 

1 comentario:

  1. Que bonita entrada... no hay nada como el primer beso (bueno sí, el último)Me encanta el final, es precioso!!
    un beso, nos leemos :)

    ResponderEliminar