jueves, 30 de mayo de 2013

Mueca Tranquila

Qué bonito verte leer, Mueca Tranquila. Piel morena, recoges tu pelo y te desentiendes. Tu cara se vuelve un triángulo que confluye en perfección con tus clavículas bien marcadas, dibujando un definido camino que se pierde en tu protuberante pecho.
Tus pestañas, oscuras, abren dos amplios y frondosos abanicos sobre tu rostro, y tu boca apenas murmura alguna palabra difícil de memorizar, mientras tu entrecejo se frunce a la espera de comprensión.
Qué bonito verte leer, Mueca Tranquila, qué bonito leer contigo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Qué pretenden saber los sabios

Dicen los sabios que te dejaste caer
y nunca más volviste a subir.
Pero qué conocimiento pretenden albergar,
si no escucharon tu risa rodando
por la curva de mi espalda.

No te contemplaron bajo el sol de Sevilla
aquel 28 de mayo a las ocho de la tarde, 
con el aire revolviendo tu pelo
y la luz haciendo brillar el río.

Y tus ojos.

Y tu sonrisa.

Qué radiante era tu sonrisa.

Qué conocimiento pretenden albergar 
aquellos que se auto denominan sabios
si no quisieron escuchar el canto de tu respiración
y el respirar de tu voz cuando soñabas a mi lado.

Qué pretenden saber
si no conocieron tu sabor.

A salvaje.
A ahumado.
A sudor temprano.
A jabón antiguo.
Salado.

Qué pretenden saber
si no saben cómo
nos miramos.



sábado, 25 de mayo de 2013

Suspiro de lunes. O de miércoles.

La luz blanca y fría de la luna volvía a atravesar el hierro y el cristal, en un vicioso e insano ritual. Como si el vicio por sí solo no implicara enfermedad.

Y en otro vórtice de costumbrismo buscó su piel.

Le encontró en el suelo. 

Desnudo.

Sin nada que le protegiera de la falta de calor. De las inclemencias rugosas de las baldosas.

No se había molestado, como siempre, en cerrar los ojos; ni en acurrucarse. Ni en llorar, siquiera. Pero seguía turbia su mirada.

Simplemente yacía. Recto. Pesado. Con las yemas de los dedos impregnando de huellas dactilares su costal. Con sólo el movimiento de su caja torácica para confirmar que seguía vivo. A veces, en los suspiros, ya fueran de lunes, o de miércoles, también se hinchaba su pecho. Se llenaba los pulmones de un ambiente pesado que no conseguía huir por la ventana abierta porque una pátina de recuerdos oxidados se lo impedía.

Esa noche, ni siquiera su gato se atrevió a pasar por allí. Dejó a aquellos haces mortecinos el arte de la contemplación y la caricia. 






jueves, 23 de mayo de 2013

Oda inconclusa

Tus manos fueron mi paisaje.
Mis ríos, mis colinas, mi llanuras.
Ásperas, áridas, duras,
pero sutiles y sensibles.

En ellas me resarcía, y con ellas me buscabas.
Con ellas me quisiste.
Y más.

Tus nudillos, mis montañas, y observé cómo se derrumbaban
porque tú las tirabas abajo.
Sin consideración ni autocrítica.

Y lloré porque tus manos habían sido mis manos
y dejaron de serlo.
Y dejé de poder perderme en tus nudillos,
digo,
mis montañas,
porque se convirtieron,
digo,
las convertiste
en una amalgama de sangre.
Y yo no quería adentrarme ahí.

Y mis montañas,
digo,
tus nudillos...

dejaron simplemente de ser- montañas
(que recorrer).








miércoles, 22 de mayo de 2013

Cheers

Quiero que sepas que te lloré con lágrimas de sal y limón
que hicieron que mis ojos escocieran y se enrojecieran tanto como
al final de un día de bucear sin protección en una piscina con exceso de cloro.

Y las lágrimas llegaron a mi boca, amargas y tibias
casi como una infusión.
Pero bastante menos insípidas.

Quiero que sepas que te lloré y ya no te lloro.
Y que la sal y el limón y el tequila que los acompañaba
quedaron lejos hace años.

Pero quiero también que seas consciente
de cuán aterrador llega a ser
echarse a temblar sin tener frío. 

martes, 21 de mayo de 2013

93mm from the sun

Un verso facineroso se escapó rápido por tu boca, y tus labios no llegaron a cerrarse del todo después. Parecían incrédulos, conocedores de que tras aquello ya no valía la pena sellarse para contener algo, porque no había nada, había huido.
Me miraste no sin cierto pánico reflejado en tus pupilas negras, en tus iris oscuros, que si bien me acostumbré a ver centellear, habían caído en una espiral de pena hacía tiempo que los mantenía opacos y flemáticos.
Más parecía tu respiración un jadeo que tu habitual hálito.
Más parecía mi reacción un ataque que una respuesta civilizada.
Mi gesto se tornó en mueca, y mi corazón cesó su actividad.
Más nos acercamos al amor que al odio.
Y aún así, mi cerebro todavía no acierta a asimilar cómo conseguiste pronunciar lo que diez años y 93 millones de millas habían acallado.

Incavo

Algunas estrías eran demasiado profundas, encañonaban tu pecho trabajado e impertérrito. 

Algunas estrías eran demasiado profundas, me permitían bucear hasta lo más profundo de tus iris oliva y arena.

Algunas estrías eran demasiado profundas, y no alcanzaba a conocer los impulsos eléctricos con los que tus inquietas neuronas charlaban indiscretamente sobre mí.

Algunas estrías eran demasiado profundas, ahí donde tus miedos se dibujaban, escondidos, y no sabía si desde que estaba a tu lado, eran más oscuros o más taimados.

Algunas estrías eran demasiado profundas, y ahí estaba nuestro emplazamiento, en la más pronunciada de todas, buscando la luz del sol y evitando las opiniones ilegítimas. Encontrándonos a los dos.

jueves, 16 de mayo de 2013

Hasta fuego

-¡Hasta fuego!- te despediste con cara de poesía y la promesa de quemarme en otro momento. O eso fue lo que quise entender en un principio.
En realidad susurraste un "hasta luego" con cara de pena y la vaga posibilidad de volver escapando por tus labios. Más tarde tuve la certeza de que dijiste un adiós contundente que yo no quise entender cuando te escuché, porque nunca volviste. 
Pero un "hasta fuego" hubiera sido realmente prometedor: aunque nunca te expresaste verbalmente de esa manera, sí lo hiciste con tu mirada cada vez que te alejabas, y con tus manos cada vez que te acercabas. Y fuego era tu respiración cada vez que me alcanzaba.
Un "hasta fuego" hubiese sido lo correcto si, desde luego, hubieras tomado la decisión de volver.

martes, 14 de mayo de 2013

tercer domingo de un verano cualquiera

El tercer domingo de verano corría el aire.
En las calles.
Entre los barrotes de su ventana.
Y entre sus cuerpos.
El tercer domingo de verano no parecía domingo, sino uno de esos días de diario del junio temprano de hacía dos años. Cuando apenas existían en la casa los ruídos de ellos dos en silencio.
El ruído de la vida, dicen algunos que se llama. Un ruído que ambos dieron por extinto durante mucho tiempo.
Era bonito volver a escuchar aquel abrumador silencio. 
Era abrumador volver a escucharse en silencio.




The first one

te falla la risa
cuando caen las rosas
jugando al viento y
escribiendo prosa

te falla el pulso
y cae el lápiz
y sesga, desgarra el papel

te falla el aliento
y cae el ritmo
y cesa la carrera

te falla la vista
y se apaga la luz
y se siembra el silencio
de los colores

te falla el corazón...
y escribes tú la prosa
y te conviertes en verso
deseoso de un beso
suplicante y herido

te desgarras tú
de rabia contenida
que no contienes

y tú silencias el ruído
los dolores y los amores
las voces y los llantos
las complacencias y displicencias

te falla el corazón
y maquina el cerebro




Las calles del queso de untar


Como un Constantino Romero que desde las nubes mira con cara de complacencia cariñosa y paternal a Mufasa y a Darth Vader.
Como un domingo lastimero con olor a crema hidratante de Rochas que se esfuma, sin pena ni gloria, derramándose hacia el alcantarillado de la ciudad.
Como una canción de Bruce Springsteen que habla de las calles dibujadas en el queso de untar.
La sonrisa de lo ajeno se perfila, ebria, en tu cara.
Y crees distinguir entre el hipnotizante ruído de la calle una primavera que se fue, y cuyas sensaciones necesitas de vuelta.
Como las manos que tiemblan sobre el teclado esperando una respuesta.


Salitre en rebelión

Abrió la puerta. Y sobre ella se abalanzó un batiburrilo de olores que si bien a cualquiera podía parecerle desagradable, fue abrazado con fuerza por aquella mujer. Olía a colchoneta de plástico fino, a toalla mojada, a bikini lleno de arena, a dormir desnudos entre sábanas de algodón recién lavadas, a espeto de sardinas y a cerrado con un toque de bolas de naftalina.
Una sonrisa furtiva se escapó de sus labios y subió a sus ojos, que no acertaban a distinguir una figura definida en aquella casa en penumbra.
Las contraventanas de madera pintadas en un desvaído turquesa estaban cerradas, y sólo el ventanuco de encima del frgadero en la cocina dejaba entrever al otro lado de la estancia el cajón de los cubiertos. Diminutas motas de polvo se perseguían a través del pequeño y dorado haz de luz.
Cuando al fin acertó a reaccionar, dejó que las llaves cayeran estrepitosamente sobre la mesita de la entrada, y sin siquiera cerrar la puerta de la calle se encaminó con cautela a la terraza del salón. Retiró las livianas cortinas, abrió las puertas correderas, desplazó la mosquitera y se deshizo del encerramiento apartando con fuerza las puertas de madera vieja y semi putrefacta.
La luz del día saludó con un amable "buenas tardes", y el verdadero aroma a costa y la humedad impregnaron todo, incluídos sus huesos, incluídos sus recuerdos.
Abrió después, una a una, todas las ventanas, y cuando terminó la tarea se detuvo por primera vez a mirar en derredor.
Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas polvorientas y algo apolilladas. Las retiró y tiró todas, sin miramientos ni complicaciones; no había allí nada que la lavadora y el sol pudieran sanar. Tosió y estornudó, y los ojos le lloraron un poco mientras parte del olvido se arremolinaba a su alrededor y otra parte huía hacia la playa. 
Aquello era lo que le quedaba. El pelo ondulado, la piel pegajosa y el suave estampado floral de los sillones.
Y una lata de atún en la encimera.

; u

Eres la muerte de mis muertes, la especialidad de mis noches y el sollozo que arrastra el viento de mis días.

Hapoteósico, con h


Todos llenos de resentimiento y odio, calados hasta los huesos, esperando un catastrófico final, apoteósico, tan horrible que podría escribirse con h. Hapoteósico. Realmente terrorífico, ¿no?
Humanos en pos de su propia destrucción. ¡Humanos provocando su desaparición! Tantos años de evolución para esto.
Una mirada de soslayo, una sonrisa cínica, y a seguir cada cual con lo suyo.
Es precioso centrarse en la belleza y la amabilidad.

no particular place


La contemplé desnuda, bañada en sudor, yacente, tranquila, sola.
Rodeada de expectante naturaleza.
Mi deseo de acercarme a ella se intensificaba cada vez que el aire se huracanaba entre sus extremidades, enredando su pelo y acercándome su aroma falto de perfume. Despertaba en mí instintos muy básicos.
El universo al completo se convertía en una insignificancia cuando ella, sumida en lo onírico, movía en un ligero impulso alguno de sus dedos. En esos momentos, me estremecía al pensar que podía despertarse rompiendo aquella imantada atracción, pero a su vez ante la posibilidad de que no reaccionara en mi presencia y pasara desapercibido; porque, si ella no actuaba, no iba a hacerlo yo.
Notaba que pasaban las horas por cómo los haces de luz que se colaban entre las copas de los árboles se desplazaban sobre su piel y la mía. Parecía que se encontraba en un descanso eterno. No me molesté en calcular cuántos días estuve atrapado en aquella celda inmaterial, contemplándola, carente de necesidades excepto la de no apartar mis ojos de ella.
No fue hasta el momento en que un ruidoso corzo se adentró a pastar en el claro que abandoné mi ensimismamiento. Y decidí que no debía volver a mirarla si quería continuar con mi vida.
Me mesé una barba que no tenía cuando me perdí en aquel bosque, mirando a mis pies. Después, miré mis manos, tragué saliva, y supe que tenía que marcharme.
Y dejé allí, postrada en el suelo, a aquella diosa de carne y hueso, y a su lado mi espada, como regalo y prueba de mi presencia. Y bajo mi espada, y sesgada por aquella mujer, mi dignidad como hombre, y mi falta de humildad.
Dejé, allí, un peso que no necesitaba.
Y ligero pero cansado, me dispuse a desandar lo andado.

Miss American Pie


Mañana me va a doler el cuerpo, ya lo oigo crujir, como a tus pensamientos desteñidos y resecos. Mientras, sigo dejando los minutos pasar.
Tu banda sonora cada vez suena más bajo, más despacio. Y extrañamente, a pesar de tratarse de una pieza clásica y tranquila, así transmite aún más serenidad.
Dejar de recordar como tú haces, tranquilo, puede hacerse con el chasquido de tus dedos o con el crujir de mi cuello.
Sólo mírame estirar mis músculos.
Como te decía, deja que la música muera.
Y que tu propio cuerpo componga una melodía bañada en whisky.
Puede que sea el día en que muera, o en que mueras, pero nada de eso tiene importancia en lo abstracto de tu pensamiento.
Enséñame a bailar muy lento.
Observa, como te decía, cómo estiro mis músculos.

cloud.s


El cloro se disolvía
en el cielo turquesa
en el que se bañaban,
dejando verde sus cabellos de hierba,
permitiendo que el violeta
constatara el fin inequívoco
de la estivalidad que pareció perpetua.


Era una declaración de derechos,
era la jura de una bandera
sin color ni patria,
era un duelo de intenciones
disfrazadas.
Eran ellos, aire.
Era el aire en ellos.

Courier new


Escritos con amor, procesados con paciencia, editados con magia.
Macerados en dolor, expulsados con rabia e hirientes con certeza.
Quizá otra cosa no, pero reflejo lo que siento.
Quizá otra cosa no, pero el tema está en echarle coraje.

Perdóname si te atreves


Te encuentras en una decadencia inmerecida, y es culpa mía.
Lo siento, te sigo queriendo.
Recuérdalo cuando vuelva.
Incluso aunque no consigas perdonarme...

dclrcn


Esta, y otras reflexiones en voz alta a deshora.
Estoy comenzando a sentir que realmente la necesidad y la dependencia se terminan.
¿Sabes? Estoy enamorando a otros con mis palabras, porque otros me enamoran con sus acciones.
Pero aún así todavía podría jurar que es tu aprobación la que más satisfacción me proporciona.
Porque esto, al fin y al cabo, no es más que otra declaración. No es más que una carta de desamor.

Decirte una verdad


Estamos que no estamos, y mientras nos pertenecemos, nos convertimos en extraños.
La vida pasa, vuela con el tiempo, pero en el sentido contrario de las agujas del reloj. Es una ley de la física sólo aplicable cuando estamos juntos. Al igual que aquella que hace que en apenas minutos el mediodía de paso a la noche más profunda.
Estamos que no estamos, y mientras más nos amamos, más motivos para odiarnos encontramos.
Somos capaces de volar sin estrellarnos, pero también de caernos y no levantarnos. Y mientras más confiamos, más desconfiamos.
Estamos que no estamos, y mientras nos pertenecemos, nos convertimos en extraños.
Y mientras un encuentro nos separó, una despedida fue capaz de encontrarnos.

Sabor de sobre


Amor instantáneo, descafeinado. Soluble en agua caliente.
Recorrió con sus ancianos dedos la cara de su compañero, y recordó cuánto le amaba. No era un respiro que su mente le concediera habitualmente. La añoranza tiñó sus pensamientos una vez más.
Aquel niño era parte de su pasado, un tiempo en el cual ambos deseaban fervientemente compartir juntos el futuro.
Habían vivido tantas cosas, que los fotogramas de la vida se le presentaban desordenados. Cómo le había querido. Y cómo le seguía queriendo, a pesar de ser amigos. Quizá fuera una unión que sólo comprenden aquellos que han hecho el amor.
Bajó su mano lentamente y la posó sobre su regazo. Contempló la inocencia en los ojos de niño de su anciano amor, aquellos en los que se apagaba lentamente la llama de la vida.

Rozar un poco más


Y cuando creía que sólo hacía falta que lloviera, me di cuenta de que ya había llovido.

Obviedades


Las hojas doradas, muertas por la llegada del otoño y posterior sucesión del invierno, escondían el posible reflejo de la ciudad y sus luces en el asfalto mojado, aquel día en que el viento huracanado enredaba cabelleras y levantaba faldas.
No se trataba más que de un escenario romántico envuelto en la música de la rutina urbana.
Una deliciosa declaración de amor.

Doménica

Se trata de la carencia sentimental que crean los domingos, esos días cuyas horas sinuosas te hacen reptar de un lugar a otro aportando intrascendencia a cada cosa que acontezca a tu alrededor.

crsm


Había una palabra que luchaba por salir de mí desde la noche anterior, pero que no se definió completamente hasta varias horas después del concierto. Carisma. Eso era lo que hacía a Leiva tan irresistible.
Su capacidad para hacer de la trivialidad más común un chiste. Y el poder envolver a ciertas personas con su voz, lograr una hora entera de escalofríos.


"Entrada sin título"


Necesitas la fuerza y la pasión de una canción de Aerosmith, niña, porque ya es hora de que te des cuenta tú solita de quién eres, y no te dejes llevar por lo que te digan los demás. Eres como una flor en el letargo de las últimas gotas del invierno, pero tú... Tú nunca dejas ver tu colorido, tu belleza, tus andares firmes y tu mirada provocativa, tu voz dulce pero reivindicativa; sé que la tienes, la has usado demasiadas veces conmigo...

-6, diciembre, 2010

Ojos negros


Su mirada era franca, cristalina, podría decirse. Y eso había jugado más de una vez en su contra. Pero, ¿qué podía hacer él?
Recordaba las palabras de su abuela: -Niño, esos ojos hablan.
Sonreía cada vez que pensaba en ella.
Ahora esos ojos negros miraban al infinito, al gran lago, el de agua salada, el mar. A su lado, ella. Su cara estaba iluminada con aquella bella sonrisa.
-Recuerdo cuando nos conocimos.
-Sí. El topicazo de dos personas que se odian y acaban juntas, ¿no?
Sí, ambos lo sabían, el gran tópico. Pero ahora estaban juntos, y era lo que a ambos importaba. En aquella playa que tantos momentos suyos había presenciado.


-2010

ggggg


Cuando llega la hora de pensar en lo verdaderamente correcto, lo verdaderamente fácil, lo verdaderamente sano. El corazón se encoje, el alma cruje, las lágrimas brotan y la compostura brilla por su ausencia.
Y después de muchos días, incluso de muchas semanas, quizá no se llegue a ninguna conclusión, quizá no se decida nada, pero el carácter se endurece lentamente, como una mascarilla facial, a la vez que el órgano bombeante continúa de una forma inexorable su disecación automática.

Hey, soul sister


Las sombras se habían encaprichado de ella.
Contemplabas desde la lejanía que te concedía el corto vagón cómo unos escasos y tímidos haces de luz la iluminaban durante segundos.
Luz naranja, sol derretido que se derramaba y se esparcía lentamente, espeso como la miel.
La música que repiqueteaba en tus oídos parecía casar firme y perfectamente con el ritmo que marcaba el tren sobre los raíles, aumentando la magia que envolvía el momento, impregnado de una profunda melancolía.

Anne


Quizá al contener el aliento sólo dejemos entrever nuestro deseo de no dejar escapar algo que de verdad amamos.
Quizá al cerrar los ojos mientras respiramos profundamente sólo expresamos un enorme anhelo que nos rompe el corazón
Quizá al derramar lágrimas nos desprendemos de un caparazón- o reafirmamos nuestra naturaleza sensible- que alguien rompió.
Pero sólo quizá...
Porque también hay cortes de respiración por una satisfactoria sorpresa.
Porque en tu cara puede haber dibujada una sonrisa.
Porque las lágrimas provocadas por la felicidad, son más que posibles.

Let me live ~ 3 de noviembre


Tanto dolor y tanta pena, pero también alivio y amor, desbordados, expresados en lágrimas que caían en el silencio de la noche, que sólo era roto por la estridencia del diluvio que se precipitaba a mojar las calles y era el reflejo de aquellos estados de ánimo.
Nuevamente en el portal se encontraban complicidad y cariño, se abrazaban, bailaban sujetos por unos lazos más fuertes que la más fuerte cadena. Durante mucho tiempo se habían encontrado ocultos, maltratados, prisioneros de la impaciencia, el odio y el resentimiento.
Pero su necesidad de volver a encontrarse y ser compañeros, como antes, ganaron la cruenta batalla con la única ayuda del tiempo.
Nuevamente se encontraron dos amigos, dos castores, un niño saltarín y un indicio de escritora, un gato y una imprudente...
Se reecontraron (para no volver a perderse más, para no volver a enfrascarse en el dolor).

Sline.


Volvía a verlo, mejor que nunca. Ahora, podremos decir, que ya sabía vestir y, en consecuencia, que en ese mismo momento iba bien vestido, con un traje de chaqueta negro y una camisa blanca, sin corbata, dejando que la formalidad se rompiera con un ligero aire desgarbado.
Todo lo demás no había cambiado. Su sonrisa era la misma, sincera, seguía inundando sus ojos negros de alegría, y sus gestos nos devolvían a ambos al pasado, como aquel de tocarse el pelo cuando no sabía qué hacer o decir, agachando levemente la cabeza.
Quizá la comicidad de la situación fuera mínima, pero allí, en ese momento, sólo cabían risas fugaces, alguna carcajada, y dos sonrisas permanentes. Éramos como niños, otra vez, como adolescentes, de nuevo, dos estúpidos inexpertos y pasionales que en ciertos momentos no pusieron prácticamente impedimentos a dejarse llevar.

Tic-toc...


No quedaba un rastro de inocencia o niñez en sus ojos. Una suave cicatriz, entre rosa y plateada, cruzaba su pómulo derecho, asomando bajo la barba descuidada, y los rasgos de su rostro se habían vuelto firmes, adultos.
Era lascivia todo su gesto, deseo e impaciencia. Sus músculos bailaban lentamente bajo la piel dibujando una melosa caricia en la cintura de aquella joven, en la cadera, en el vientre. En el brazo, en el cuello, en la cara. Y en aquellos mismos lugares se sucedían sus cálidos besos.
Se consumía en madurez aquel eterno joven que una vez surcó los cielos.
Se cerraban herméticamente las fauces del cocodrilo.
Se acababa la inmortalidad de Campanilla.
Finalizaba la historia de Pan, Peter Pan, que despojado de su radiante sonrisa se fundía de una vez por todas, y para siempre, con su sombra y con su Wendy.

El precio del cielo

Parada ante el escaparate de una librería a las cuatro de la mañana de un sábado. O mordiendo un tomate dejándose manchar por su zumo. De cualquier manera la consideraba bella, rara, única.

Come pick me up.


Recordar cómo su mirada, esa que ya no está, te devoraba cada vez que te veía. Aferrarse con nostalgia al vestido que un día fue su favorito, del que te desnudaba con presteza al llegar las noches.
Llorar.
Llorar porque sólo se trata de una neblina emborronada en tu mente, porque te mató con su partida, y tu mundo se derrumbó.
Y aunque hayan pasado mil años, aunque el universo haya cambiado, el dolor del aquel amor sigue sangrante cada instante de tu vida.
Golpeando tu mente.
Arrasando tu alegría.
Arrancando medias sonrisas menlancólicas en tu cara.
Porque es al primer amor al que más se quiere.

Will you remember?


Un par de recuerdos ilusorios rodearon la inmensa estación devolviéndole el esplendor del que gozaba apenas unos lustros atrás. Desaparecieron los escombros y los andamios, dejando paso a la elegancia reflejada en trajes y sombreros.
Una bruma romántica y grisácea evocó los fantasmas del pasado, que continuaban perdidos en un vaivén infinito, esquivando maletas, buscando el amor con la mirada en la ventanilla de un viejo vagón, difuminándose en el vapor, perdiéndose, destruyéndose. Consumidos en un amor hacia los recuerdos que les confinaba en su vida espectral.

Means a love that will never end


En todo este tiempo te he recordado de cientos de maneras, dirigiéndome miles de tus palabras, riéndote conmigo.
Pero nunca, jamás hasta hoy, volvió a mi mente la imagen de tus ojos mirándome con total serenidad, escudriñándome, enmarcados en una cara en ocasiones burlona, ceñuda o inexpresiva. Tumbados frente a frente, sin tocarnos, sin hablarnos, sin reírnos, sin llorar. Simplemente mirándonos, respirando, dejando que el tiempo pasara.
Sinceridad en estado puro, aquella que flotaba a nuestro alrededor, una unión tan fuerte como los lazos de sangre.
Ah, amigo, a veces añoro el tiempo que me falta para contemplar tu boca entrecerrada.

Every thorn has his rose


Un beso como una flor, depositado en sus labios cual regalo. Una rosa con espinas que laceró la sensible piel y la tornó carmesí con el tinte de la sangre.

Cuestión de peso


Cuántos kilos de amor derrochaste en una mirada.
En una caricia que ascendía desde su cuello a su mentón para sostenerle la cara mientras la besabas.
En un suspiro que abanicó su sien y se perdió en su cabellera.
Cuántos kilos de amor derrochaste en tan poco tiempo, para después dejar paso a una hiriente indiferencia.

Arábigo.


El tañir de las campanas se tornó amargo en la joven tarde de julio, en la que el sol jugaba a quemar.
Descalza sobre los calientes baldosines rojos, tornó los ojos para aliviar el deslumbramiento, y cuando una ligera brisa cálida se levantó revolviendo su pelo, arreboló sus mejillas como si del beso más dulce se tratara, y sus entrañas se estremecieron ante el que se le antojó el tacto de unas ásperas manos que bien conocía.

Blandura


Sólo se escuchaban los ruídos amortiguados y blandos de la ropa acariciando su piel y cayendo en el suelo tibio.
Los cojines rodando despacio sobre la colcha.
Su respiración, taimada, no encontraba obstáculo a su paso: la piel de sus manos y su nariz aún extrañaban la compañía que un día un amigo les brindó, pero no se permitió un solo minuto de tristeza y se zambulló desnuda entre las sábanas, en aquella fresca noche de principios de verano, abrazando con fuerza la almohada en aquel atisbo de soledad.

Maybe


Se me rompió la voz, una vez más, al tiempo que el corazón.
Y crujieron ambos, bajo su mismo peso, el uno a merced del otro.
Sin saber cual de ellos era la causa y cual la consecuencia.

Firenze


Bajo un apocalíptico y gris amanecer la antigua belleza de Florencia se escondía, tímida, temerosa, derrumbada. A cada paso que daba los escombros se quejaban bajo mis pies, implorando un rescate imposible, una reconstrucción que escapaba incluso a los límites de mi imaginación.
Esquivé callejeando los puntos de alta toxicidad sin necesidad de mirar el mapa: el adoqinado se ennegrecía y desprendía un extraño olor, solo relacionable con aquella trampa química que no perdía eficacia incluso después de tantos siglos.
Sin darme cuenta, me encontré ante el imponente duomo de Santa María del Fiore: en contra de todo pronóstico, había vencido sus innumerables batallas con la naturaleza, que había intentado de vana manera derrotar aquel edificio semi divino. Sólo el campanario del Giotto mostraba un esqueleto quebradizo y semi derruido, y el resto estaba, simplemente, desmejorado por la falta de mantenimiento: no parecía sufrir daños estructurales.
Corrí hacia las puertas, que cedieron ante -apenas- el roce de la palma de mis manos, y el entrar en la nave central inspiró en mi un enfrentamiento de sentimientos irreconciliables. El Renacimiento (conocido ahora como Primer Renacimiento) inundó mis ojos y aplastó mi corazón como si de un yunque se tratara. Los frescos de cada rincón se mantenían intactos, y sentí que cientos de figuras, lejos de encontrarse en sus posturas originales, me observaban desde la cúpula Brunelleschi, cuya escalera encontré tras haber divagado por la inmensa catedral durante unos minutos que se me hicieron eternos.
Los más de cuatrocientos escalones no parecieron sufrir mi peso, así como tampoco lo hizo la balaustrada del interior de la cúpula cuando me asomé a contemplar la altura a la que me encontraba cuando llegué arriba, y desde donde pude observar el deslucido, empolvado y desgastado suelo que un día resultó brillante a la vista humana.
Encontré, para mi sorpresa, que la escalinata que llevaba al exterior había sido redescubierta y restaurada, y salí con una expectación y una ausencia de vértigo que sólo resultaban un indicio más de mi falta de cordura.
Pero sentir la vieja Florencia a mis pies, incluso estando muerta y cubierta de podedumbre, me hizo darme cuenta de cuán lejos me encontraba de aquella autodenominada raza humana, que presumió de poseer una moralidad de la cual carecía y que se extinguió aplastada bajo su propio poder.

Light, como la Philadelphia


Sus labios envenedados bailaban en un frenesí de palabras que se dibujaban con ligeros tintes rosas en el aire.
Un discurso que abotargaba los sentidos se movía en remolino destruyendo creencias y convicciones, y ella, impune, desnuda, divertida, correteaba bajo la uz del sol, que doraba su pelo y su piel.
Sus pies abatían las briznas de hierba de un verde brillante, y su boca besaba y mataba a quien intentaba interponerse en su camino.
Se había enamorado de su caballero andante, y no iba a parar hasta tenerlo.