miércoles, 12 de junio de 2013

Porque se calló el abanico.

No soy de frases célebres, soy de celebrar con frases.

Y es que:

hay cierta belleza, tan única y personal, que no es demostrable con acto alguno; son las palabras las que dan amparo a su reflejo quebrado en un ámbito público

que, sin embargo, concede una privacidad incluso inalcanzable en ciertos momentos íntimos. Es posible hacer que solo media persona entienda lo que se dice. Y que a vista desacostumbrada un trasfondo escalofriante se quede en mera belleza incomprensible.

Se consigue con el subjetivo significado de un significante. Y valga la redundancia, porque bien vale.

Con pausas que los ojos de lector, ajeno a la situación, interpretan como artificios artísticos que desafían a la gramática.

Pero en realidad simbolizan el asesinato con premeditación, alevosía y ensañamiento de un mosquito.
O el vaivén de un abanico.
O una complicidad instantánea invadida por un espectador indiscreto.
O una mirada desesperada al reloj.

Una belleza que se queda en un final abierto porque se terminó la inspiración, porque es mejor dejar con intriga, o...

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