martes, 14 de mayo de 2013

douceur


Completa oscuridad.
Caminó despacio sobre la superficie encerada, consciente de que aun no era visible, y se colocó en el perfectamente marcado centro de la más absoluta y negra nada. Escuchó el traqueteo de las poleas corriendo el telón, y los aplausos quedaron lejanos a su audición cuando la luz blanca le cegó por un segundo y comenzó la música.
Suave, delicada, hecha para sus etéreos movimientos, perfecta para él. Perfecta para sus sentimientos, reducidos a la melodía cada vez que bailaba.
Envuelto en una nube de relevés y jetés, demi-pliés y adagios, battements y effacés, sientiendo la pasión más visceral y peligrosa, el amor incondicional hacia el ballet, hacia él mismo, hacia el triunfo y la superioridad.
Veía de reojo los fugaces movimientos de sus compañeros, que le eclipsaban, o al menos eso pensaba. Pesaba la ira en todo su cuerpo, le arañaba las paredes del esófago un grito que quería salir. Y apretó los labios para dejarle preso.
Mantuvo su cara inexpresiva, y siguió bailando, dirigiéndose al centro del escenario, notando incluso el resquebrajar de las uñas de los dedos de su pie derecho bajo los giros en passé.
Pero nada le importaba más que el éxito.
Nada le importaba más que saciar su furia y sus ansias.
Nada importaba, excepto el desbocado latir de su corazón, adorado, perdido entre el bramido del público y ahogado bajo sus aplausos.

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