Nunca corrí por agobio, y ahora lo sé.
Corría por miedo. Miedo a cada noche, a cada lágrima, y a cada sueño. A cada sueño porque siempre aparecías tú, con una mirada acusadora, en ocasiones, o tu sonrisa de siempre, en otras. Pero siempre aparecías tú.
La angustia y la impotencia me atenazaban, el llanto me superaba, y el miedo me comía lentamente, un poco más cada día.
Y yo sólo podía esperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario