martes, 14 de mayo de 2013

Explotemos a leiva


La vieja Volkswagen se quejaba antes de lograr ponerse en marcha. Demasiados vaivenes sobre sus ruedas, demasiadas fotos sobre su capó, demasiado amor en su parte trasera: un viejo colchón, un par de polaroids y una ajada guitarra acústica descansaban sobre pañuelos estampados, tirados en el suelo.
Apenas la vista icónica de los sesenta y setenta, un aire hippie que surcaba las carreteras sin dilación y bajo el amenazante sonido de un motor adaptado al biodiésel.
El sol se colaba por las ventanas, y se desparramaba con dulzura sobre los dos cuerpos desnudos tendidos atrás, semiocultos entre una fina manta, que aspiraban con pasividad, dormidos, un aire viciado de historias y polvo, de ansia y pasión, de esencia.


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