martes, 14 de mayo de 2013

Tic-toc...


No quedaba un rastro de inocencia o niñez en sus ojos. Una suave cicatriz, entre rosa y plateada, cruzaba su pómulo derecho, asomando bajo la barba descuidada, y los rasgos de su rostro se habían vuelto firmes, adultos.
Era lascivia todo su gesto, deseo e impaciencia. Sus músculos bailaban lentamente bajo la piel dibujando una melosa caricia en la cintura de aquella joven, en la cadera, en el vientre. En el brazo, en el cuello, en la cara. Y en aquellos mismos lugares se sucedían sus cálidos besos.
Se consumía en madurez aquel eterno joven que una vez surcó los cielos.
Se cerraban herméticamente las fauces del cocodrilo.
Se acababa la inmortalidad de Campanilla.
Finalizaba la historia de Pan, Peter Pan, que despojado de su radiante sonrisa se fundía de una vez por todas, y para siempre, con su sombra y con su Wendy.

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