Las hojas doradas, muertas por la llegada del otoño y posterior sucesión del invierno, escondían el posible reflejo de la ciudad y sus luces en el asfalto mojado, aquel día en que el viento huracanado enredaba cabelleras y levantaba faldas.
No se trataba más que de un escenario romántico envuelto en la música de la rutina urbana.
Una deliciosa declaración de amor.
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