Dicen los sabios que te dejaste caer
y nunca más volviste a subir.
Pero qué conocimiento pretenden albergar,
si no escucharon tu risa rodando
por la curva de mi espalda.
No te contemplaron bajo el sol de Sevilla
aquel 28 de mayo a las ocho de la tarde,
con el aire revolviendo tu pelo
y la luz haciendo brillar el río.
Y tus ojos.
Y tu sonrisa.
Qué radiante era tu sonrisa.
Qué conocimiento pretenden albergar
aquellos que se auto denominan sabios
si no quisieron escuchar el canto de tu respiración
y el respirar de tu voz cuando soñabas a mi lado.
Qué pretenden saber
si no conocieron tu sabor.
A salvaje.
A ahumado.
A sudor temprano.
A jabón antiguo.
Salado.
Qué pretenden saber
si no saben cómo
nos miramos.
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