martes, 14 de mayo de 2013

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Cuando llega la hora de pensar en lo verdaderamente correcto, lo verdaderamente fácil, lo verdaderamente sano. El corazón se encoje, el alma cruje, las lágrimas brotan y la compostura brilla por su ausencia.
Y después de muchos días, incluso de muchas semanas, quizá no se llegue a ninguna conclusión, quizá no se decida nada, pero el carácter se endurece lentamente, como una mascarilla facial, a la vez que el órgano bombeante continúa de una forma inexorable su disecación automática.

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