martes, 14 de mayo de 2013

Salitre en rebelión

Abrió la puerta. Y sobre ella se abalanzó un batiburrilo de olores que si bien a cualquiera podía parecerle desagradable, fue abrazado con fuerza por aquella mujer. Olía a colchoneta de plástico fino, a toalla mojada, a bikini lleno de arena, a dormir desnudos entre sábanas de algodón recién lavadas, a espeto de sardinas y a cerrado con un toque de bolas de naftalina.
Una sonrisa furtiva se escapó de sus labios y subió a sus ojos, que no acertaban a distinguir una figura definida en aquella casa en penumbra.
Las contraventanas de madera pintadas en un desvaído turquesa estaban cerradas, y sólo el ventanuco de encima del frgadero en la cocina dejaba entrever al otro lado de la estancia el cajón de los cubiertos. Diminutas motas de polvo se perseguían a través del pequeño y dorado haz de luz.
Cuando al fin acertó a reaccionar, dejó que las llaves cayeran estrepitosamente sobre la mesita de la entrada, y sin siquiera cerrar la puerta de la calle se encaminó con cautela a la terraza del salón. Retiró las livianas cortinas, abrió las puertas correderas, desplazó la mosquitera y se deshizo del encerramiento apartando con fuerza las puertas de madera vieja y semi putrefacta.
La luz del día saludó con un amable "buenas tardes", y el verdadero aroma a costa y la humedad impregnaron todo, incluídos sus huesos, incluídos sus recuerdos.
Abrió después, una a una, todas las ventanas, y cuando terminó la tarea se detuvo por primera vez a mirar en derredor.
Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas polvorientas y algo apolilladas. Las retiró y tiró todas, sin miramientos ni complicaciones; no había allí nada que la lavadora y el sol pudieran sanar. Tosió y estornudó, y los ojos le lloraron un poco mientras parte del olvido se arremolinaba a su alrededor y otra parte huía hacia la playa. 
Aquello era lo que le quedaba. El pelo ondulado, la piel pegajosa y el suave estampado floral de los sillones.
Y una lata de atún en la encimera.

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