martes, 14 de mayo de 2013

zh.


Después de tantos años le llegaban nuevamente noticias de él. Por parte de una tercera persona, que poco tenía que ver en la vida de ninguno de los dos. Pero eran noticias, y llegaron, y entonces ella asintió levemente con la cabeza, ocultando su ignorancia.
Pero cuando estuvo a salvo, cuando volvió a su casa, se miró al espejo. Vieja, consumida por el tiempo. Con el rostro arrugado, el pelo cano, los labios finos, y los ojos apenas brillando por el llanto que no aborda, que sólo hace notar su presencia.
Su anciano corazón latía con fuerza cada vez que la palabra se hacía presente en su mente. Y no podía reprimir los recuerdos, que brotaban como heridas sangrantes. Tantas risas y llantos, tanto amor y odio, tanto tiempo juntos, y aún más separados. Tras haberse visto crecer, apenas quedaba una leve sombra de lo que fueron antaño, una relación que no pasaba de la fría cordialidad entre dos personas que un día ocultaron los sentimientos que se profesaban.
Tanteó en la oscuridad el camino hacia su habitación, abrió el armario y sacó del fondo una pequeña caja de colores, para rescatar de ella lo que un día él le regaló. Y salió de casa, y otra vez, volviendo a su adolescencia, pisó los adoquines de las calles que conducían a casa del que fue su confidente. Y cuando llegó, llamó al timbre. Y cuando la puerta se abrió, dejó ver a un joven que era una puerta al pasado, un retrato detallado y perfecto, un clon que le leyó la mente y la invitó a pasar al salón.
Sentado en el sillón, inmóvil y con la mirada perdida. Cejas pobladas, piel morena y curtida, ajada y seca, manos fuertes. También el tiempo le había arrastrado a él, también había hecho acto de presencia. También...
Alzheimer.
No volvió la cabeza cuando ella saludó con la voz rota y la cara surcada de lágrimas. Ella caminó despacio, se secó con la manga de la camisa y se sentó frente a él.
Relató la media vida que tenían en común despacio y con paciencia, contando con toda la atención del único receptor de su discurso; dejó que su rostro se convirtiera en el vestigio de muecas de dolor y alegría, y cuando terminó le besó despacio en la mejilla.
-He vuelto- sururró como clausura-, para decirte algo que olvidarás mañana. He seguido queriéndote cada día de mi existencia.
Pero en contra de toda racionalidad, en contra del tiempo y del alzheimer, en contra de su propio cuerpo consumido, ese recuerdo se grabó a fuego hasta el final de sus días. Y su corazón se rompía cada mañana al recordar a su vieja mejor amiga, al notar el desbocado torbellino de sentimientos que nunca llegó a expresar.

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